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Makken Skeyes' Life

El ángel de la profecía

02 - En el limbo I

De pronto, Alex se encontraba en una extraña sala de un color blanco brillante. Sus ojos tardaron un tiempo en acostumbrarse al cambio brusco de la oscuridad de la noche a la claridad de aquella habitación. Tras unos parpadeos, pudo apreciar mejor los detalles del lugar en que se encontraba o, mejor dicho, la ausencia de los mismos. La estancia era toda de color blanco: suelo, paredes y techo. Aunque no se podría decir si existía otra cosa que el suelo y, de haberlo, se encontraba a gran distancia. Alex estaba en el suelo, sentado como si se acabara de caer de culo y bastante aturdido y confuso. No comprendía qué hacía en aquél lugar; lo último que recordaba era haberse despedido de su novia.

Se puso en pie sin ningún esfuerzo, como si su cuerpo no pesara absolutamente nada, e intentó discernir la presencia de paredes, pero fue en vano. Sabía que había suelo porque lo notaba bajo sus pies, aunque no sabría decir de qué material estaba hecho. Por lo demás, era incapaz de diferenciar paredes o techo, o siquiera dónde terminaba el suelo o adivinar un horizonte; no había luz ni sombras, tan sólo el monótono blanco al que ya se había acostumbrado. Se encontraba abstraído en sus investigaciones cuando algo llamó clamorosamente su atención: un estruendo procedente de algún lugar a su espalda. Se giró rápidamente, aunque le pareció hacerlo a cámara lenta, y vio una enorme brecha frente a él, a unos tres metros de altura. Por aquella brecha cabría perfectamente el más alto jugador de baloncesto, pero lo que la atravesó no fue precisamente eso. Al principio, sólo alcanzó a distinguir un amasijo de plumas, pero cuando se esparcieron un poco, pudo ver con dificultad que era un hombre lo que entraba por la fisura. La velocidad que llevaba era tal que no se pudo fijar mejor, pero el supuesto hombre cayó aparatosamente detrás de Alex. Justo cuando intentaba observar con mayor atención qué era exactamente lo que acababa de caer un nuevo sonido ensordecedor llamó su atención.

Por la misma grieta aparecía ahora otro ser, que nada tenía que ver con el primero. Se trataba de algo horrendo, despidiendo un hedor fétido, como a azufre. Un par de cuernos coronaban su ancha frente y parecía llevar puesta una armadura medieval; en la zarpa derecha llevaba una enorme espada, similar a las cimitarras de los árabes y volaba gracias a un par de enormes alas membranosas, parecidas a las de los murciélagos, que surgían de su espalda. El demonio aterrizó pesadamente junto a Alex; era enorme, mediría más de dos metros, pero por alguna razón, Alex no sintió ningún miedo. Se giró para observar por fin qué fue lo primero que entró por la abertura que ahora se cerraba y pudo comprobar que, como ya sospechaba, se trataba de un ángel. No obstante, le sorprendió la cantidad de alas que tenía. Cualquiera que piense en un ángel, imagina un ser con forma humana y un par de alas emplumadas, como de ave, a la espalda. Pero el ser que se erguía ante él poseía dos pares de alas a la espalda y otro más en los tobillos, un ala en cada uno. Lucía una larga cabellera rubia que no parecía muy cuidada; tenía unos ojos brillantes de un azul penetrante; llevaba un peto metálico con un símbolo grabado que no sabría reconocer y, bajo el peto, una cota de escamas; en las piernas unos pantalones bastante ceñidos y, en la parte inferior, unas protecciones que parecían confeccionadas con algún metal similar al acero y oro. En la diestra blandía una espada que se parecía mucho a las katanas que solían usar los samurais del Japón medieval.

01 - Trágica muerte

-Hasta luego, cielo. Te quiero mucho.

Nada podía hacerle pensar que éstas serían sus últimas palabras. A sus 23 años aún tenía toda la vida por delante: estaba terminando sus estudios, hacía poco que se había prometido con su novia, que lucía con orgullo y evidentes muestras de felicidad el anillo que simbolizaba su amor y la seriedad de la petición.

Acababa de despedirse de ella. Habían pasado la tarde juntos hablando, riendo y, en definitiva, divirtiéndose. Tras una sencilla cena en un restaurante de comida rápida, la había acompañado a casa.

Tras la agridulce despedida él estaba como hechizado, imbuido de una energía mística que ligaba su alma al espejo de la mirada de ella. Sus dos ojos, verdes como esmeraldas, remataban a la perfección su cara de ángel. Una nariz pequeñita y unos labios carnosos que invitaban al beso conformaban el resto de su rostro. Y esos mofletes que tenía le daban un aspecto encantador. Como decía, el embrujo le impedía apartar la mirada de ella, que continuaba despidiéndose de él mediante gestos desde el otro lado de la puerta del portal. Él retrocedía contra su voluntad, dando pequeños pasos de espaldas, ajeno a lo que pudiera haber detrás. Craso error.

Desde donde ella se encontraba no puedo verlo venir, pues de lo contrario le hubiera avisado. Él se giró de pronto, concentrado en olvidarla por un momento para poder emprender el camino de regreso a casa. Ajeno a todo lo que le rodeaba, empezó a cruzar la calle sin mirar. Entonces, un enorme monstruo rojo se abalanzó sobre él, con una piel dura y fría como el metal, sus fauces abiertas de par en par cual terrible ventana a una oscuridad sin fin y un par de enormes ojos redondos, que le miraban impasibles, bañándole en la tenebrosa luz que emanaban, justo antes de arrollarle, acabando con su vida. Fue el autobús de la línea 8 lo que le golpeó a gran velocidad. Se elevó unos metros en el aire nocturno de Madrid para caer sobre el parabrisas de un coche que iba en dirección opuesta a la del autobús. Cuando el cuerpo sin vida cayó pesadamente sobre el duro asfalto, su alma ya había comenzado su viaje, y él no se había enterado de nada, debido a la rapidez con que sucedió todo.